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lunes, 28 de abril de 2014

EL MONAGUILLO




Me encanta el Rey. Si no fuera una falta de respeto, diría que el señor es un cachondo, un crack, es un máquina, no cabe duda. Y las palizas que se está dando para colaborar en sacar la economía para adelante. La anécdota del Vaticano lo supera todo. En unos momentos en que todo el mundo está cabreado. Los jueces enfurruscados con el Mnistro de Justicia y sus reformas normativas, soltando presos a porfía. A Pera Navarro le pegan un sopapo cuando iba a una comunión, la señora no fue muy oportuna, más bien cafre, a Jorge Fernández Díaz le zarandean, Aznar se enfada con Rajoy porque no le llama para los mítines, Valenciano persiste en acaloradas defensas de planteamientos ajenos a los intereses de España en la Unión Europea. En este escenario de cabreos generalizados, se inscribe el gesto de humor del Rey, propiciado por la especial simpatía del Papa Francisco que, educadamente, cedió el paso a nuestros reyes, como aire fresco que desdramatiza el panorama actual.

No hay que ver en el acto de sublime urbanidad vaticana una concesión al poder temporal que pueda alterar las relaciones Iglesia-Estado. 

Y...me voy a la Ecademia de la Administración Pública de Extremadura que tengo que hablar algo sobre el lío de las viviendas privadas para usos turísticos como consecuencia de la reforma de la LAU operada por la Ley de medidas de flexibilización del mercado de alquiler de viviendas.

miércoles, 23 de abril de 2014

I+D+i




El impresentable de Elpidio. El procesado y separado precursor de la justicia universal, su justicia universal. El twittero con irreprimibles hábitos difamatorios de sus colegas (¿ánimus iocandi?, aunque el horno judicial no está para gracietas). El de, como la ley debo ser yo, aplico mi principio de legalidad y decreto las excarcelaciones de los narcos egipcios porque me enfurrusca la derogación de la última reforma de la LOPJ que incluía la zapateríana justicia universal propugnada por Garzón, seguramente porque debe pensar que 

-la "loi c'est moi"

Con lo cual a instancias de Gallardon, con buen criterio, el legislativo procede a derogar la patochada normativa precedente que para lo único que servía era para justificar carísimas dietas e indemnizaciones por razón del servicio a países lejanos en los que además de rentabilisimas conferencias, no sabemos que se hacía y deshacía.

Y, por último, el que con, peculiar, "unidad de doctrina", por las narices, mantiene viva la causa judicial contra Guantánamo y China, porque para éste, al contrario que para el anterior, la justicia universal se debe seguir aplicando. !Casi nadie al aparato!.

Elpidio, Garzón, Andreu, Bautista, Ruz !vaya tropa!


jueves, 10 de abril de 2014

MI INCONCEBIBLE UNIVERSO



Aldo pierde el tiempo. El universo es inconcebible. Pero igual de inconcebible que otras desproporciones inconmensurables. Tampoco os molestéis: Bosón, Higgs o Alfredo. Persisto en la teoria de la ultrainconcebibilidad. Sin embargo a Ray, por ejemplo, lo inscribiría en una corriente modernista rectificada con cierto amejoramiento uderground psicorevolucionario. Disculpa mi atrevimiento. Estos son tiempo de rosas. Del color de la rosa de Bengala que Borges, sí, concibió en Aleph. Ya se fueron los claveles urbanos y se marchitaron las pintorescas peonías en Las Paredes. Los berros del arroyo de Las Encinas eran el habitat de las maravillosas pintadas salamandras que capturábamos mi hermano Manolo y yo pensando venderlas en el acuario de Critikian. Juan-René Critikián Rocafort vendía y compraba bichos raros y los exponía en su tienda de Rosales. También se dedicaba a organizar excursiones convencionales por la península (de ahí la flota de autobuses de Juliá Tours que solíamos ver aparcados en Rosales); y, de turismo extrm, por las selvas amazónicas allá por los inconcebibles años setenta.

Como el pánico que nos producía el desgarrador grito insostenible de aquella “avecita de oro”, de la orihuela o la oriolus-oriolus -como la conocía mi padre que se sabía el nombre científico de una infinidad de especies, porque decía se lo habían enseñado en una asignatura que estudió en su Bachillerato que se llamaba “Rudimentos de Agricultura”. Nos quedábamos perplejos con la cantidad de nombre científicos que recordaba. Mi hermano Juan Luis y Eugenita, durante algún tiempo, continuaron con esa afición-. El grito inmanescente era como una indignada protesta salvaje, desde la más alta rama del ralo alcornoque que emergía junto al brocal del pozo del camino de la Huerta, un lógico reproche ante nuestra brutal apropiación del nido eclosionado Y la felicidad que sentimos, por el acto de justicia inmediata que nos llevó a restituirlo, ganando el silencio de la canora.

"Una brumosa noche esconde hermosura. Húmedos muros que anuncian una historia de calles pegajosas por el fango urbano. Lucen, silenciosas, bullicio acromático que ilumina mi ausencia. Agua, frío y luz... La sombra no espera. Fuera: la luna inexistente alumbra todo. Rosa, fuego y aroma... Un onomatopéyico ladrido callejero anuncia un drama de conciencias rigurosamente degeneradas y, culpablemente, silenciadas. Graves instrumentos sin apenas templar. Oro... frio, agua... invaden NUESTRA inocencia."

La tienda de ultramarinos de Ordoñez en Ferraz esquina Buen Suceso, olía a café molido (fundamentalmente) y a los anises de los caramelos multicolores que exhibía en las formidables damajuanas de cristal con sus tapones de corcho que tenía alineadas a lo largo de un tramo del inmenso mostrador de madera de dos cuerpos.

La casa de Baños de Montemayor, la de la Iglesia, a maderas enceradas. Olía a la cera que se aplicaba a los muebles, suelos, puertas y todo lo demás que era convenientemente embadurnado poco antes de nuestras vacaciones de verano, con la finalidad de limpiar y conservar las maderas con que estaba hecha la, prácticamente, totalidad de la casa: la galeria, el cuarto de estar, alcobas y dormitorios, escaleras de bajada al zaguán y las que iban desde la cocina a la despensa de abajo (el suelo de la cocina, sin embargo, era de pizarra).

En Villa Isabel, la casa de Luciano (que tenía funciones de empleado de servicios múltiples: jardinero, hortelano, guarda, cestero, relojero, campanero) y su taller en particular a vergancha cocida. Agradable olor dulzón de la melaza depositada en el agua donde debía cocer la madera de castaño que no se si antes o después pero, eso sí, inmediatamente era horneada, con lo que incorporaba el olor de madera tostada a la mezcla. Nos extasiábamos en el taller de Luciano, viéndole hacer cestos con una destreza y rapidez inigualable; con sus relatos interesantes y así pasábamos las horas, Mi madre llamaba al taller la jurra. Porque ella prefería que estuviéramos al aire libre. Cuando salíamos de la jurra, de paso por la cocina en la que entrábamos pocas veces cuando estaba haciendo merienda cena Luciano que, indefectiblemente, consistía en gazpacho de huevo frito, a esto es a lo que olía: al ajo, vinagre, aceite, etc.... De paso el boj regado del jardín de Villa Isabel.

La panadería de Jaime en Marqués de Urquijo con el pan de Viena recién hecho y amontonado en unas grandes banastas de mimbre a la espera de ser repartido. 

La casa de tía María Antonia en Guareña, la entrada, en el zaguán donde estaba la cancela, a limpieza, a cepillo de raíz y jabón del que se hacía en casa. Y, del patio hacia la puerta falsa me olía a productos desinfectantes que eran almacenados para curar la viñas a su debido tiempo. Siempre asocié este olor al que emanaba del portal de una casa por la que pasaba a diario cuando salía del colegio y encaraba el paseo del Pintor Rosales desde Ferraz, allí había un piso destinado a oficinas de Cruz Verde.
La calle Pintores de Cáceres me olía, cuando tenía cinco años, a anises, caramelos, bolas de chicle. Este olor lo tenía identificado en otro lugar, la calle de las tiendas de Bejar. 
Más olores. Fundamental. Básico:

El de la casa de Guareña. Entonces las llamábamos abuelitas y no pasaba nada. Bueno pues este olor era excepcional. No se sí lo podré explicar. Olía a una mezcla deliciosa, iba a decir divina pero me parece excesivo, de chacina de la matanza con horno del pan que se hacía en casa, con limpieza, con aceite de los molinos, con alacenas repletas de queso, de aceitunas (creo que odiadas por mi abuelo), todo mezclado con el olor de la plancha caliente, bien atiborrada de brasas de carbón que se utilizaba para alisar la ropa blanca  previamente impregnada en almidón.


martes, 8 de abril de 2014

DOÑA MENCÍA: UNA EPOPEYA DESVIRTUADA



Aunque en principio se me ofrecía como fascinante la serie de televisión producida por Antena 3 sobre los adelantados en el Río de la Plata no he sido capaz de terminar de ver un solo capítulo. De este episodio histórico nos dan información pormenorizada, entre otros, Hans Staden y Josefina de la Cruz. El primero explorador del siglo XVI y la segunda novelista del XX. En efecto, Hans Staden fue un soldado alemán, dicen que mercenario, al servicio de España o Portugal y que se hacía pasar por francés para quitarse el estigma de peró que tanto apetito suscitaba a los indígenas y el correlativo lógico pavor en quienes así eran identificados por los aborígenes. Embarcó, Hans, por segunda vez hacia las Indias con doña Mencía la Adelantada; así se llamó a Mencía de Calderón viuda del adelantado de Medellín (Conisturgis) don Juan de Sanabría, padres de Don Diego de Sanabria quien formalmente, a pesar de su corta edad cuando le sobrevino la muerte a su progenitor mientras preparaba en Sevilla la expedición ultramarina, le sucedió en las responsabilidades que respecto del adelantamiento en las Indias tenía asignadas, aunque quien las ejerciera “de facto” fuera la madre, que debía de ser de armas tomar, la típica castúa de rompe y rasga. Leí hace mucho tiempo un libro de la argentina Josefina de la Cruz que regalaron a mi padre cuando era susbsecretario de agricultura con motivo de una visita que hizo una legación de Argentina a nuestro país hacía el año 1969. Ahora, está siendo objeto de tratamiento televisivo en una pésima serie que lleva por titulo “el corazón del océano” que produce vergüenza ajena su visualización por la mala interpretación de los protagonistas de un deplorable guión. Hans cuenta en su “Warhaftige Historia und beschreibung eyner landtschafft der Wilnen Nacketen Grimmigen Menschfresser Leuthen in der Newenwelt” o sea en su “Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos, feroces y caníbales, situado en el Nuevo Mundo, América” que fue cautivo en una tribu de indígenas antopófagos. 

De estas tribus ya hablaba Ginés Sepúlveda, sobre el que ha escrito un libro mi amigo Santiago Muñoz Machado, cuya lectura recomiendo poniendo especial énfasis en la interesantísima aportación documental que efectúa en sus notas al final del libro: “Juan Ginés de Sepúlveda cronista del Emperador”. El cronista de Pozoblanco, contradictor de Bartolomé de las Casas, decía que comían seres humanos no por necesidad sino por afán de maldad y de hacer daño a sus enemigos. De sus costumbres antropófagas también nos dan noticias entre otros Bernal Diaz del Castillo y Alvar Núñez Cabeza de Vaca en “Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España” y en “Naufragios y Comentarios” Se admite generalmente que los tipies-guaraníes no devoraban a sus prisioneros para satisfacer una necesidad biológica. Su motivación era un ritual que consideraba que la venganza era la expresión suprema de la justicia. Juan Ginés de Sepúlveda dice lo mismo, "no lo hacen por hambre sino por grande odio". En igual sentido un viajero-misionero capuchino francés, Claude d’Abbenville, en 1614 interviene en la diatriba que suscita la verdadera naturaleza de los indígenas, entre defensores acérrimos y furibundos detractores, con un concepto nuevo que es el de “el buen salvaje”. Incorporando un término medio o alternativa a los polos opuestos que es la de considerar a los indios como seres en estado natural desprovistos de maldad y reconociéndoles sus peculiaridades, sin embargo afirma, el aludido padre capuchino que los tupíes "si ingieren tal comida es sólo para vengar la muerte de sus antecesores y para satisfacer la rabia insociable que va más allá de lo diabólico que tienen en contra de sus enemigos”. De regreso a su país se hizo acompañar de seis indios bautizados de los que murieron tres nada más llegar. También achaca al “malo supremo” la causa del fallecimiento de los indios.