La lucha contra el cambio climático y la crisis
provocada por la pandemia COVID-19 constituyen un reto de primera magnitud ante
el que los habitantes del globo no tienen más remedio que fajarse y hacer todo
lo posible por evitar su degradación si no queremos que la tierra sea
inhabitable o que la humanidad sucumba ante
la crisis económica sin precedentes ocasionada por la toxicidad infecciosa que
nos asola que hasta ahora sólo ha hecho que enseñar los dientes, según anuncian
los científicos epidemiólogos más inminentes.
Este mundo está empeñado en hacer desaparecer o por lo
menos poner en constante situación de peligro el medio en el que nos
desenvolvemos. Y ahora más que nunca con la guerra en Ucrania. Los recientes
acontecimientos devastadores de Palatinado y los ocurridos en Bélgica
consecuencia de las masivas inundaciones de julio de 2021 junto con los
recientes de Turquía y Siria, no hacen sino alarmarnos aún más, sobre la
conveniencia de hacer algo por la salud del clima en todas sus facetas. Ya
llueve sobre mojado en el inhóspito terreno desolado con los cuatro millones y
medio de muertos por Covid en el mundo. Es esperpéntico pretender descarbonizar
según lo acordado en París (en 2015-2016 entre 195 países) en medio de una
guerra iniciada por países firmantes del Acuerdo que arruina y pone en peligro
el centro de Europa. La movilización de fondos en que se traduce (100.000
millones de dólares anuales hasta el 2.025) para financiar el clima; pero, por
otro lado, lo que es bastante chocante también se está financiando su agresión como
la que se está ocasionando a base de aplicar medios económico y materiales en
ayuda militar en legítima defensa de Ucrania.
Paris y Bbuselas, a pesar de todo mantienen la
importancia de los recursos financieros destinados a reducir las emisiones
debidas a la deforestación y la degradación forestal y promover la
conservación, la gestión sostenible de los bosques y el aumento de las reservas
forestales de carbono hasta el punto de sancionar la realización de barbecho por lo que pueda
suponer de impacto ambiental (¡¡¡) y, paradójicamente,
no tiene capacidad para evitar la guerra de Ucrania ni el liderazgo mundial de
los chinos.
Del Acuerdo de Paris es de donde surge la necesidad de
la financiación y la limitación de emisiones. La Comisión Europea establece las
toneladas de CO2 permitidas y crea los derechos de emisión que se subastan. La
Comisión Europea y el Parlamento regularán el régimen de los EuGB (Bonos Verdes
europeos) en el reglamento que se confeccione al efecto, establecerá, entre
otras cosas y bajo los principios de subsidiariedad, proporcionalidad y
armonización, que, determinadas empresas convenientemente registradas y
controladas, actuarán como revisores externos de esos EuGB, con la finalidad de
dotarles de calidad, facilitar la Unión de Mercados de capitales y evitar el
blanqueo ecológico.
En todo caso, estamos convencidos de que se ha
producido una situación mundial que da lugar a Nuevo Orden y a un New deal. La
evidencia de los acontecimientos climatológicos unidas a las medidas
internacionales adoptadas para paliar la crisis mundial sobrevenida como
consecuencia de la pandemia nos sitúa ante un escenario a muchos años vista
(agenda 2030-2050) en el que, en la labor de asesoramiento integral de las
empresas más competitivas, van a yuxtaponerse elementos provenientes del
conocimiento jurídico, económico, financiero y fiscal como era tradicional y en
el mismo plano de importancia los provenientes del ámbito medioambiental que
procuren la deseada por imprescindible sustentabilidad ecológica.
Y yo me pregunto, ¿no sería conveniente hacer una
revisión de los planteamientos descarbonizadores habida cuenta la realidad mundial
actual?