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lunes, 20 de abril de 2020

SALVE





SALVE 

(ARTÍCULO DE ABUELITO ROMUALDO EN LA OPINIÓN DE TRUJILLO 27 DE OCTUBRE DE 1912) 





La edad de la risa, medicina del alma, que crea las ilusiones puras, por todos concebidas en días dichosos, con caballitos y con dulces, con juegos y con paseos envolvía y alegraba mi vida. 



Mi madre -como todas las madres- por las noches y por la mañana, cuando me desnudaba y vestía, iba modelando los sentimientos del corazón del hijo, en el amor santo de nuestra Religión única. Y dirigiendo la lengua embarullada y torpe del hombrecillo en ciernes, pronunciaba uno y otro día, palabra por palabra, las oraciones que primero aprenden los niños. Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, el Padrenuestro, la Salve y el Credo. 



Entre las oraciones, como buenos trujillanos, nunca faltaba la que mi madre empezaba así: por la Santísima Virgen de la Victoria. 



Yo era muy torpe; sin su ayuda no podía repetir, solito, como ella me decía, aquellos rezos. 

Í
Los domingos, al ir a Misa por el camino de la Iglesia me hacía reflexiones para que rezara lo que en casa rezábamos juntos; y cuando en la Parroquia, sus brazos amorosos me cogían para colocarme bien en el banco, siempre, siempre, repetía lo mismo: reza hijo, reza aquí tu solito lo que yo te enseño para que Dios te haga bueno, para que Dios te guíe. 



Yo callaba, callaba y sufría como se sufre a los cinco años. Quería obedecer, deseaba rezar, para que Dios me hiciera bueno y porque lo mandaba mi madre. Y empezaba el Padrenuestro, empezaba la Salve, empezaba el Credo ¡me ponía tan contento¡ lo sabía muy bien pero ¡ay¡ era sólo el principio; después, cuanto mayor era mi atención, cuanto más se esforzaba la memoria en recordar, repetía y repetía muchas veces las mismas palabras, y cuando más fácil me parecía terminar, había empezado de nuevo y llegaba a las palabras de antes, tan rebeldes, tan difíciles, tan imposibles, que nunca salía de ellas. 



Yo era muy malo, pensaba, no sabía rezar solo. Y fue un día, día feliz de venturosos tiempos, que los niños esperan con impaciente alegría, aquellos en que las impresiones son las propias y tan del alma, que parece como si la solemnidad de su fiesta fuera hecha solo en atención a los niños, para que lo vean, para que gocen, para desearlos. 

La Victoria, el Carnaval, Semana Santa; ¡qué trujillano, por años que pasen, por lejos que de Trujillo esté, no recuerda, con inconfundible aflicción del espíritu, estas fechas de la niñez en su pueblo¡. 



Pues era uno de esos días, de sol magnífico y de vida lleno, con música y cohetes en las calles; graves y solemnes las autoridades, alegres y majos los vecinos, felices los niños, resplandecientes la Iglesia, de luz, de gente, de flores. Muy de mañana, tempranito, fui con mi madre a San Martín, para tener buen sitio en la fiesta de nuestra Virgen. 



Con mezcla de curiosidad y admiración, veía a los tres sacerdotes, acompasados y ceremoniosos, cantar y moverse en el Altar, donde empezaba la Misa. Y luego en el púlpito, otro sacerdote sabio y bueno, nos hablaba de cosas muy bonitas, de la Virgen, de Trujillo, de la Victoria, de la guerra… ¡lo que yo disfrutaba oyéndolo¡ ¡Cuánto me gustaba a mi todo aquello¡. 



Y entonces después del sermón, impresionado, envuelto en el misterio augusto del milagro, intenté rezar solo la Salve de la Virgen de la Victoria, la Salve que rezaba siempre en casa, la que no sabía decir sin mi madre. Y empecé: Salve, Dios te Salve…y seguí, seguí y salió bien, fui capaz de acabarla y recé otra y recé muchas ¡ya era yo bueno, pensaba, ya sabía rezar solo¡ Mi primer rezo fue la Salve de la Virgen nuestra. 



Desde entonces no la he olvidado. Por eso hoy cuando me piden un recuerdo para su homenaje, la mando el mayor recuerdo mío, el que todos los días la dedico y que empieza con las palabras: SALVE, DIOS TE SALVE, REINA Y MADRE.