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martes, 8 de abril de 2014

DOÑA MENCÍA: UNA EPOPEYA DESVIRTUADA



Aunque en principio se me ofrecía como fascinante la serie de televisión producida por Antena 3 sobre los adelantados en el Río de la Plata no he sido capaz de terminar de ver un solo capítulo. De este episodio histórico nos dan información pormenorizada, entre otros, Hans Staden y Josefina de la Cruz. El primero explorador del siglo XVI y la segunda novelista del XX. En efecto, Hans Staden fue un soldado alemán, dicen que mercenario, al servicio de España o Portugal y que se hacía pasar por francés para quitarse el estigma de peró que tanto apetito suscitaba a los indígenas y el correlativo lógico pavor en quienes así eran identificados por los aborígenes. Embarcó, Hans, por segunda vez hacia las Indias con doña Mencía la Adelantada; así se llamó a Mencía de Calderón viuda del adelantado de Medellín (Conisturgis) don Juan de Sanabría, padres de Don Diego de Sanabria quien formalmente, a pesar de su corta edad cuando le sobrevino la muerte a su progenitor mientras preparaba en Sevilla la expedición ultramarina, le sucedió en las responsabilidades que respecto del adelantamiento en las Indias tenía asignadas, aunque quien las ejerciera “de facto” fuera la madre, que debía de ser de armas tomar, la típica castúa de rompe y rasga. Leí hace mucho tiempo un libro de la argentina Josefina de la Cruz que regalaron a mi padre cuando era susbsecretario de agricultura con motivo de una visita que hizo una legación de Argentina a nuestro país hacía el año 1969. Ahora, está siendo objeto de tratamiento televisivo en una pésima serie que lleva por titulo “el corazón del océano” que produce vergüenza ajena su visualización por la mala interpretación de los protagonistas de un deplorable guión. Hans cuenta en su “Warhaftige Historia und beschreibung eyner landtschafft der Wilnen Nacketen Grimmigen Menschfresser Leuthen in der Newenwelt” o sea en su “Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos, feroces y caníbales, situado en el Nuevo Mundo, América” que fue cautivo en una tribu de indígenas antopófagos. 

De estas tribus ya hablaba Ginés Sepúlveda, sobre el que ha escrito un libro mi amigo Santiago Muñoz Machado, cuya lectura recomiendo poniendo especial énfasis en la interesantísima aportación documental que efectúa en sus notas al final del libro: “Juan Ginés de Sepúlveda cronista del Emperador”. El cronista de Pozoblanco, contradictor de Bartolomé de las Casas, decía que comían seres humanos no por necesidad sino por afán de maldad y de hacer daño a sus enemigos. De sus costumbres antropófagas también nos dan noticias entre otros Bernal Diaz del Castillo y Alvar Núñez Cabeza de Vaca en “Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España” y en “Naufragios y Comentarios” Se admite generalmente que los tipies-guaraníes no devoraban a sus prisioneros para satisfacer una necesidad biológica. Su motivación era un ritual que consideraba que la venganza era la expresión suprema de la justicia. Juan Ginés de Sepúlveda dice lo mismo, "no lo hacen por hambre sino por grande odio". En igual sentido un viajero-misionero capuchino francés, Claude d’Abbenville, en 1614 interviene en la diatriba que suscita la verdadera naturaleza de los indígenas, entre defensores acérrimos y furibundos detractores, con un concepto nuevo que es el de “el buen salvaje”. Incorporando un término medio o alternativa a los polos opuestos que es la de considerar a los indios como seres en estado natural desprovistos de maldad y reconociéndoles sus peculiaridades, sin embargo afirma, el aludido padre capuchino que los tupíes "si ingieren tal comida es sólo para vengar la muerte de sus antecesores y para satisfacer la rabia insociable que va más allá de lo diabólico que tienen en contra de sus enemigos”. De regreso a su país se hizo acompañar de seis indios bautizados de los que murieron tres nada más llegar. También achaca al “malo supremo” la causa del fallecimiento de los indios.

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