Vistas de página en total

miércoles, 11 de noviembre de 2020

HACE LA FRIOLERA DE 42 AÑOS

 


Al cabo de tanto tiempo transcurrido, nos podemos preguntar si ha valido la pena el estado tan democrático, tan social y tan de derecho que nos dimos con la Constitución del 1978. ¡Desde luego que sí¡ Conviene enfatizar la respuesta cuando se entra en fase de declinante lógico escepticismo provocado por los últimos acontecimientos políticos, económicos y sociales: secesionismo regional, gobierno Frankestein, paro, deuda, déficit, liberación de presos, ocupas, terroristas excarcelados.

 

De modo que salir a la calle (si nos deja alguna vez este coronavirus-chino que nos invade) se ha convertido en un poema. Podemos cruzarnos, sin mayor complicación, con un sanguinario criminal monstruoso devora-inocentes o con el autor de un atentado terrorista o con un desquiciado independentista. Y podremos coincidir con esforzadas familias sin saber donde guarecerse por haber sido despojados de sus viviendas por abnegados okupas mientras que los primeros guardaban las extensas colas del hambre. Nos preguntaremos ¿pero esto cómo es posible?. Y esto ¿por qué?. Pues, por la sencilla razón de que, a partir de aquella Constitución, entre otras leyes  nos dotamos de una legislación penitenciaria muy aperturista, liberal y socialmente avanzada. De corte nórdica para más señas, que lo posibilita y porque hay que cumplir escrupulosamente con el principio de legalidad. Ese principio que venía a fundamentar la pirámide normativa que ideó Kelsen. Sí, Hans, que decía que había unas normas de rango superior que no podían ser alteradas por las de rango inferior. También esto ha sido invertido ahora: una mera Orden Ministerial puede dar al traste con el desarrollo normativo del derecho Constitucional a la Educación. Igual que el sacrosanto, en principio, derecho a ser informado y a la libertad de información puede sucumbir ante una decisión ministerial adoptada en un Consejo de Ministros multitudinario.

 

A esta situación hemos llegado por el afán de ser más papistas que el Papa de los Constituyentes, por la excesiva tolerancia de los transitorios y por el golpe de la literatura judicial. “Tres palabras rectificadoras del legislador convierten bibliotecas enteras en basura”, decía Kirchman. Tres palabras impropiamente incorporadas a una resolución judicial han convertido en basura el Estado de Derecho.

 


También podemos sortear la presencia de un grupo de alentadores del terrorismo mientras festejan, pacíficamente, la feliz reincorporación a la sociedad de uno de sus arrojados gudaris de peculiares guerras contra ciudadanos indefensos que, recientemente, hayan podido ser elegidos como diputados, senadores o ediles. Todo esto es actualmente posible por haber sido legalmente admitido.