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sábado, 20 de marzo de 2021

CAMBIOS DE CARÁCTER

 


El transcurso del tiempo provoca cambios significativos en el carácter y las costumbres de las personas. Algunos son inherentes a la evolución física del sujeto. Otros tienen relación con el carácter de las personas. Los que voy a comentar en esta ocasión son más acusados en el varón. De la rebeldía adolescente en la que el síntoma más característico de la personalidad del individuo es la antipatía consecuencia de su pertinaz enfado con el mundo que, a menudo, raya en la imbecilidad del comportamiento juvenil; pasamos a la época de madurez en la que, con frecuencia, el sujeto suele mutarse en Simón el Simpaticón como crisálida previa al estado de senectud en la que ese mismo individuo se transforma, ahora, en Simón el Bonachón. Lo que antes eran gracietas constantes; acertadas bromas y elocuentes chanzas, chascarrillos, chistes y dicharachos que suelen hacer las delicias de la concurrencia con gran regocijo de su intérprete; ahora, se incrementan con bondadosos elogios a todo el mundo, sentidas obras de caridad y actos de infinita misericordia tanto en su vertiente más dinámica (comisión por acción) dentro de los que pueden inscribirse la asistencia a toda suerte de actos litúrgicos con motivo del fallecimiento de familiares y conocidos; asistencia a centros hospitalarios en los que se recuperan deudos y conocidos; como en la más saludable de la acción por omisión impregnada del abandono de antiguos hábitos reconfortantes para el espíritu aunque perjudiciales para la salud (no beber, no fumar, no salir sólo, no trasnochar, no, no, no) culminan con un último estadío que es más padecido por el entorno próximo. Y quizá con mayor intensidad de padecimiento que los estatus precedentes, que es el de abuelito Cascarrabias. Donde se produce una vuelta al carácter de insoportable adolescente. Un retroceso. Todo retrocede.

sábado, 13 de marzo de 2021

EL PARQUE DE CONCAS EN BAÑOS DE MONTEMAYOR

 

Todas las tardes acabábamos en las inmensas cocinas del Gran Hotel de Baños de Montemayor. Cuando terminaba el trajín de las comidas de los huéspedes. Aprovechábamos, Javier y yo, para tomarnos nuestra merienda. Tendríamos once años. Once maravillosos años. A pesar de que Javier, por ser nieto del dueño tenía franqueada la entrada a los fogones, office y despensas del Gran Hotel teníamos que pasar por el trance de que Valentina, la Gobernanta del Hotel, nos diera el placet. Solíamos empujarnos sendos bocatas de jamón cocido del que dábamos cuenta en el parque que, entonces estaba, donde ahora se encuentra el Balneario Nuevo. Era lo que veníamos conociendo como el Parque Triste. Esta parte del Parque Triste, la de la fuente que olía a huevos pochos también servía por aquél entonces de aparcamiento para los coches de los clientes del hotel que eran custodiados por un Guarda viejo que se llamaba Saturno y que iba siempre tocado con una gorra con visera, gorra de cochero y con una chaqueta de loneta azul. Satur junto con Paciana constituían el Cuerpo de Casa imprescindible de la familia Ferrero. La atención de los coches la llevaba a cabo en el tiempo que le permitía sus frecuentes estancias en el Refugio en la que casi permanentemente tenía la pistola de vino recargada con la pitarra de Víctor. Bueno pues en ese Parque es donde acudíamos casi a diario Javier y yo. Él, le llamaba, y yo no sabía a cuento de qué lo hacía: Parque de Concas, bueno pues Parque de Concas, Parque de Concas, así toda la vida, hasta que hace relativamente poco tiempo y, como siempre gracias a la inmediatez de la sabiduría de Google, digo voy a ver a qué cuento viene lo de Concas. Quién o qué era Concas. La primera sorpresa es que en un listado de habitantes del Ayuntamiento de no se qué año aparece una señora Concas. 



Mi ignorancia al respecto era sublime. Pues bien, Víctor Concas fue un personaje ilustre. Un marino que surcó todos los mares del globo. Que llegó a ser Almirante y ministro de la Guerra. Que anduvo por Filipinas y Cuba en importantes escenarios bélicos. Fue ministro de Marina. Que antes de acabar residiendo en Baños de Montemayor donde vivió su hija al haberse casado con don Eulogio Navas y finalizada su carrera militar, se dedicó a impartir conferencias contradiciendo el invento de Isaac Peral, el submarino, de la mano del fatuo magnate Basil Zaharof quien utilizaba este tipo de argucias para obtener redito de la tecnología militar de la que se lucraba, previos los correspondientes actos de sabotaje por los que era mundialmente conocido: “método Zaharoff”. 


Curiosamente este ilustre Zaharoff sale en un Tintín. En el de “La oreja rota”. Si nos fijamos con atención guarda gran parecido con el real. Vickers era la empresa que le ascendió al estrellato mundial. Pero aquí no terminan las sorpresas. A través de una carta que se encuentra archivo nacional de Portugal (Torre de Tombo) he podido comprobar que este magnate era amigo de otro personaje de la época: el conde Henry Burnay al que profeso ciertas simpatías por razones familiares.