Vistas de página en total

miércoles, 27 de marzo de 2019

ANTES DE PEDIR PERDÓN



Los acontecimientos históricos nos ofrecen algunos espectáculos incalificables desde la ortodoxia de los tiempos en que tratamos de comprenderlos. 


Los paradigmas que rigen en las distintas culturas y épocas son muy diferentes. Pero, a pesar de todo, debemos reconocer que las costumbres de los indios que encontraron los descubridores-colonos extremeños cuando llegaron a América a finales del siglo XV eran espeluznantes. Me atrevería a afirmar que entonces, para quienes se hallaban inmersos en aquella cultura ancestral, también. Y, a pesar de todo, se mezclaron. Como se dice ahora (¡horror, no¡) “empatizaron”. Y si no, vamos a ver qué ocurrió con Gonzalo Guerrero. 



Gonzalo Guerrero que era de Palos de la Frontera, sobrevivió con Jerónimo de Aguilar a un naufragio y se quedaron con los indígenas por un periodo de ocho años. Tampoco fue mucho tiempo. 



Cuando Cortes se aproxima a la zona de Punta Catoche unos indígenas dicen algo así que puede parecerse a "castelan, castelan". Melchorejo, es su primer intérprete, que luego les abandona y traiciona, pues revela a los indios cuándo y cómo deben atacar a los españoles, lo que da lugar a la batalla de Cintya. En la que, contra los pronósticos del intérprete-traidor, se producen innumerables pérdidas humanas entre los indios, lo que provoca que, en represalia, los indios se carguen al Melchorejo. Bueno, pues éste es, precisamente, el que pregunta a los indios por qué dicen "castelan o castellano" e interpreta, por lo que le explican, que debe haber algunos expedicionarios anteriores entre Punta Catoche y Cozumel. Estos debieron ser el fraile andaluz Jerónimo Aguilar y, nuestro, Gonzalo Guerrero



El escenario con el que se encontraron conquistadores y colonos debió ser escalofriante. Cuentan los cronistas que los indios "traían los cabellos largos hasta la cintura y aún algunos hasta los pies, llenos de sangre pegada y muy enredados que no se podían esparcir y las orejas hechas pedazos, sacrificadas dellas, y hedian como azufré y tenían otro muy mal olor como de carne muerta y según decían e alcanzamos a saber aquellos hechiceros eran hijos de principales y no tenían mujeres más tenían el maldito oficio de sodomías". Paradigmático, me atrevería a decir. 



Ocho años fueron los que mediaron desde que tuvieron el percance náutico hasta que fueron localizados en Cozumel por los hombres de Hernán Cortés. En esos pocos años Gonzalo Guerrero ya había tenido la oportunidad de identificarse plenamente con el modus vivendi aborigen. Había adoptado sus costumbres, su idioma. Había tomado relación con una India de la que tuvo tres hijos. De modo que a pesar de las insistentes invectivas de los emisarios de Cortes para que se incorporara al grupo expedicionario prefirió quedarse con "su familia". Jerónimo Aguilar, sin embargo, enseguida adoptó el acuerdo de unirse a sus compatriotas. 



También podemos hacernos una idea del panorama de la época a través de la experiencia vivida por Hans Staden, soldado alemán, dicen que mercenario, al servicio de España o Portugal que embarcó, por segunda vez hacia las Indias, con doña Mencía la Adelantada en la expedición que lideró en sustitución de su marido Adelantado de Medellín (Badajoz) don Juan de Sanabría 



Leí hace mucho tiempo un libro de la argentina Josefina de la Cruz que regalaron a mi padre cuando era Susbsecretario de Agricultura con motivo de una visita que hizo una legación de Argentina a nuestro país hacía el año 1969 en la celebración del Congreso Forestal Mundial. 


Hans cuenta en su “Warhaftige Historia und beschreibung eyner landtschafft der Wilnen Nacketen Grimmigen Menschfresser Leuthen in der Newenwelt” o sea en su “Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos, feroces y caníbales, situado en el Nuevo Mundo, América” que fue cautivo en una tribu de indígenas antropófagos. 



De estas tribus ya hablaba Ginés Sepúlveda, sobre el que ha escrito un libro mi amigo Santiago Muñoz Machado, actual Director de la Real Academia de la Lengua Española, cuya lectura recomiendo poniendo especial énfasis en la interesantísima aportación documental que efectúa en sus notas al final del libro: “Juan Ginés de Sepúlveda cronista del Emperador”. El cronista de Pozoblanco, contradictor de Bartolomé de las Casas, decía que comían seres humanos no por necesidad sino por afán de maldad y de hacer daño a sus enemigos. De sus costumbres antropofágicas también nos dan noticias entre otros Bernal Díaz del Castillo y Alvar Núñez Cabeza de Vaca en “Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España” y en “Naufragios y Comentarios”. 



Se admite generalmente que los tipies-guaraníes no devoraban a sus prisioneros para satisfacer una necesidad biológica. Su motivación era un ritual que consideraba que la venganza era la expresión suprema de la justicia. Juan Ginés de Sepúlveda dice lo mismo, "no lo hacen por hambre sino por grande odio". En igual sentido un viajero-misionero capuchino francés, Claude d’Abbenville, en 1614 interviene en la diatriba que suscita la verdadera naturaleza de los indígenas, entre defensores acérrimos y furibundos detractores, con un concepto nuevo que es el de “el buen salvaje”. 


Este es el escenario donde se produce lo que Hugh Thomas denomina la mayor obra de arte de los españoles en el Nuevo Mundo, el mestizaje. A pesar del choque de civilizaciones. Choque que, sin embargo, los anglosajones calibraron como suficientemente importante para no hacer lo mismo con los indios de Norteamérica.

martes, 26 de marzo de 2019

EL JARDÍN DE NÁPOLES Y FRANCESCO CAMILLIANI








Francesco Camiliani, escultor nacido en Florencia en el 1530, era discípulo de Bandinelli. El famoso Vassari que escribió la biografía de casi todos los artistas importantes del Renacimiento, también se ocupa de Camiliani.



Camiliani hizo las esculturas de la Abadía. Las que se encontraban situadas en el jardín alto y el jardín bajo o huerto. Al que se llegaba desde una rampa, plano inclinado que arrancaba del primero. La Abadía, en su día, fue transformada en Palacio. Pasó a ser uno más de los palacios de los Duques de Alba. Me interesa, de este artista (ahora me refiero a Camiliani), además de su semejanza con Miguel Angel, me interesa su maravillosa capacidad para esculpir en mármol la belleza de los cuerpos de hombres, mujeres, animales (como cisnes, leones, caballos). Todos estos, fueron elementos decorativos de los jardines del palacio de la Abadía situada al norte de la provincia de Cáceres, muy cerca de Baños de Montemayor.



La presencia de Camiliani en Abadía puede ser debido a que Garcia Álvarez de Toledo, el Duque de Alba, dueño de, entre otros, los territorios circundantes de la Abadía, y, a la sazón virrey de Sicilia, el que contrató a este escultor al que ya le había encargado en Palermo la ejecución de la fuente Pretoria. 



Garcia Álvarez de Toledo combatió al turco Barbarroja, junto con Carlos V, quien en esta batalla como en la de Mulberg se empleó personalmente a fondo, nos dice Hugh Thomas y corrobora, recientemente, Geofrey Parker.



Cuando Antonio Ponz en el año 1772 visitó la Abadía en su “Viaje por España”, hizo el mismo comentario que el que en mí se suscitó doscientos años después: de los jardines sólo quedaban vestigios y las esculturas estaban maltratadas y dañadas-mutiladas producto de la incuria inculta de los visitantes; revelando una manifiesta e injustificada despreocupación de los poderes públicos encargados de la aplicación de recursos económicos para la conservación del patrimonio.



He conocido desde chico la Abadía y la he visitado con frecuencia por tener una estrecha amistad con la familia propietaria, actual, de este inmueble. Son de las mejores personas que he conocido. Singularmente mis más estrechos amigos eran Tita y José María Flores Sánchez Fabrés con quienes pasaba frecuentes jornadas en la Abadía.