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martes, 30 de abril de 2019

ISABEL BARRA






Ibas poco por Chozo-Blanco. Lo imprescindible. No sé por qué, pero no te gustaba demasiado. Nunca entendí como no te agradaba con lo bien que lo pasábamos allí. Y eso que eras muy campera y por tradición familiar, poco urbanita. Ponías la excusa de quedarte atendiendo a Papá a quien el frío de la casa no le venía bien y prefería quedarse en Rosales. Quizá fuera porque eras muy metódica y rutinaria y el campo, en su organización doméstica, era todo lo contrario. A mi madre no le importaba mucho. Toleraba ciertas modulaciones de la disciplina familiar, que en Madrid no hubiera pasado por alto, pero siempre que nos encontráramos contentos, flexibilizaba las obligaciones para que nos encontrásemos a gusto; pues, en su fuero interno, lo que realmente pretendía era que disfrutáramos en Chozo-Blanco cuando íbamos de vacaciones. 


Isabel Barra, “Barrina”, como la llamaba su maestra María Antonia, modista que enseñaba corte y confección. Allí era donde aprendió Seño todo lo que necesitaba saber. Y era mucho, lo aseguro. El taller de su maestra fue la universidad donde acumuló el alma mater que a lo largo de su vida fue irradiando sobre todos mis hermanos. Luego, en el Almendrillo, la finca de los señores condes de Santa Olalla, era donde mejor lo pasaba. Su Paraíso. Iba largas temporadas, con el abuelo Julián, el tío Pere y Jero. Felicidad máxima: “de tó, de tó, teníamos de tó”. Las matanzas, atender las colmenas para tener miel, aceite, vino, productos de la huerta, legumbres; ponían garlitos para pescar peces en el río Almonte. Tenía mucha memoria:


- “…hoy, Dieguito, lo que me hubiera gustado tener estudios”


Desde Aldín hasta María con quien vivió hasta hace poco.. A todos nos quería como si fuéramos suyos. Aprendió a saber interesarse por todo lo que ocurría a su alrededor. A menudo repetía:


- “…pues por eso pregunto, porque me gusta saber”, “hijos míos enseñad al que no sabe”.


Le gustaba aparentar cierta desinformación pero me acabé dando cuenta de que era pose. Nos tomaba el pelo. Le gustaba hacernos reír y lo conseguía con sus expresiones típicas cacereñas. Adoraba Cáceres aunque sólo iba una vez al año porque le costaba trabajo salir de su rutina en Madrid. Siempre venía cargada de roscas de alfajor que nos gustaban muchísimo. Pero lo que más apreciábamos era los relatos que nos traía pues, en esos pocos días, se había puesto al corriente de cuánto sucedía en Cáceres y alrededores. 


Recuerdo lo que se acicalaba cuando los Jueves en Madrid quedaba con su prima Lola para salir de paseo por Rosales o los domingos para ir a Misa por la tarde en la que, a menuda, daba alguna que otra cabezadita. Lola nos parecía guapa, al menos a mí, porque, quiero recordar, tenía los ojos claros y la Seño era morena, … la morena de Rosales. Como ella decía que la llamaba el Jefe que era el frutero de Ferraz más o menos por donde está ahora Faico y la administración de loterias. Le encantaban los huevos que le vendía el Jefe en contra de la opinión de Mamá que prefería los que traíamos del campo porque entre otras cosas no le costaban dinero. También era estimada por Jaime el panadero de Marqués de Urquijo, un poco más arriba el carnicero (creo que era Carlos, también un "buen mozo") y un poco más arriba todavía el pescadero de la Bilbaína que se parecía a Clark Gable; Gerardo el lechero. Debemos reconocer que tenía un buen plantel para recrearse la vista, prácticamente a diario. Porque en casa había que ir a la compra todos los días... o a la Seño le daba algo. 


Cuando salía de paseo se ponía sus tacones, su falda de tubo e iba a la peluquería a la que iba mi madre donde le hacían un moño alto aunque al principio se cortaba el pelo y dejaban melena. Antonio el peluquero era el ídolo. Esa peluquería debía ser como una extensión de la casa. Eran los confidentes, porque eran dos peluqueros (Antonio y otro) más un par de niñas para las manos y lavar y la madre de uno de ellos que también los ayudaba a veces. La peluquería estaba en la calle Ventura Rodriguez.


Sirva este pequeño recuerdo más bien de merecida oración por quien se sumó a nuestra familia, desde que quedó huérfana en Cáceres y yo la tengo en mente prácticamente a diario.