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martes, 28 de julio de 2020

NEMO AUDITUR QUOD TURPITUDINEM ALEGANS, DE NUEVO

No puedo ser más escéptico ante la proliferación de verdades oficiales que produce la pandemia en la que nos vemos inmersos. Mi escepticismo alcanza desde la propia declaración de pandemia hasta sus consecuencias finales: número de muertos. Por más que he intentado investigar en los antecedente próximos y remotos de la crisis sanitaria que nos asola, nunca he encontrado tantos errores, inexactitudes, cambios de criterios, improvisaciones, falsedades y desconocimientos como en los que han incurrido aquellos que han dado en erigirse en adalides de la lucha contra el mal. Los conceptos de dolo y negligencia discurren a lo largo de todo el itter nocivo desde las causas del origen hasta sus resultados pasando por las medidas adoptadas. Nos movemos en la diatriba de si habrán sido intencionados o imprudentes. No sé si esta postura me acercará a la considerada como apócrifa, heterodoxa o extraoficial. No sé si me deslegitimará el acercarme a los criterios sostenidos por Miguel Bosé, Putin, Trump o por la Bruja Lola. Pero lo que sí puedo afirmar sin temor a confundirme, y a la hemeroteca (antes de censura) me remito, el desiderátum de errores que se han venido sucediendo a nivel mundial y con mayor énfasis a nivel nacional, sobre todo Illa-Simón-Expertos y demás adláteres, avala mi insistente creencia de que, sobre el problema controvertido, no se tiene ni idea de por dónde viene el aire; ni cuál haya sido la causa originadora; ni la forma de producirse el contagio, ni, mucho menos, de cómo terminar con el bicho. Y si no, a las pruebas me remito. Sólo conocemos con precisión unos síntomas y unos efectos. Relación de causalidad débil. Síntomas y consecuencia. Me da la sensación que para encontrar algún antecedente de este tipo. De este tipo de desconocimientos enciclopédicos en la gestión pública de algo, nos deberíamos remontar a la época del medioevo cuando se fundamentaban la razón de ser de las diferentes pestes bubónicas que tuvieron lugar en castigos divinos. Los disparates que hemos estado escuchando son de similar jaez. A parte de que las medidas adoptadas en intento de su erradicación son muy similares: aislamiento físico y social. Qué difícil es entender esto en un mundo en el que en nanosegundos se progresa con conjuntos ordenados y finitos de operaciones capaces de solucionar cualquier diatriba. En un mundo en el que la innovación tecnológica, el desarrollo científico y el talento humano se vienen superponiendo a cualquier actividad que desarrollamos, ocurre que la única solución para no contagiarnos es ponernos el mascarón de proa y, si mucho me apura, encerrarnos en las cuatro paredes de nuestro pequeño reducto familiar hasta nuestra propia consunción. No me resigno a admitirlo aunque no tenga más remedio que adaptarme a las circunstancias.