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martes, 22 de noviembre de 2011

ENCINA

La siembra está naciendo. Los brotes verdes invaden nuestro campo después de las últimas lluvias. La tierra estaba templada y ha favorecido el nacimiento de los cereales de invierno. Los precios se resisten. A la aceituna, que hace unos días, ha empezado a recogerse no se le ve mucho futuro. Las grullas ya se han instalado en dehesas y campos de cultivo a millares. Mis gansos han desaparecido. Me quedan dos o tres muy alejados de donde deberían estar: en la charca de la casa, a pesar de lo mucho que ha llovido por no haber corrido, aún, el arroyo le queda un charco, con lo que mis ocas no pueden protegerse ante las asechanzas de sus depredadores domésticos (perros) ni salvajes (zorros); así que unas han sucumbido en las fauces de aquellos y, otras, se han puesto a buen recaudo lejos de su habitat natural. Ahora, empieza a hacer frío lo que favorecerá el enraizamiento de la cebadas. Tenemos acopiada leña para las chimeneas de la que sobró el año pasado y en la que, por desgracia, ha habido que convertir la encina emblemática que hasta la pasada primavera enseñoreaba con su silueta majestuosa el paisaje de la finca. Estaba espectacular. Frondosa como nunca. Pero ha sido victima de, una vez más, la excesiva reglamentación a la que están supeditadas las labores agrícolas. Como quiera que, no se puede hacer nada en el campo si no se solicitan y obtienen previo el oportuno y tedioso procedimiento las correspondientes autorizaciones administrativas o en caso contrario, de ejercitarse las vias de hecho (que en la actividad agraria no son otras que hacer lo que se ha hecho siempre: adoptar las medidas adecuadas en el momento preciso) se puede llegar a correr el inevitable riesgo de vernos compelidos a arrostrar con una grave responsabilidad administrativa; pues bien, ante esta situación ocurre que la encina no se poda y la encina cede al peso de su ramaje sucumbiendo como las ocas en este caso ante las fauces de la burocracia. Pero es que la presencia de la administración está permanentemente presidiendo todos   los actos de nuestra vida. De una vez por todas debe atenderse el lamento catilinario de los ciudadanos que no tienen un ápice de tranquilidad en su jornada habitual: "quousque tandem abutere patietia nostra". Si tienes una vivienda en el campo, pronto se apresuran a pasarte al cobro un IBI de rústica y urbana que, a menudo basadas en una multitud de irregularidades, que se traducen en la contribución de cantidades exorbitantes, para ser rectificadas comportan la interposición de una infinidad de recursos con los consiguientes gastos complementarios en la incorporación de Informes Técnicos adveradores de la realidad discordante con la tenida en consideración por el catastro de turno, además de la pérdida de tiempo. Para que, luego, en el mejor de los casos, tarden la intemerata en resolver la situación controvertida y de serte adversa la resolución dejarte expedito el "long and winding road" del económico administrativo.

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