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viernes, 18 de enero de 2019

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Aldo pierde el tiempo. El universo es inconcebible. Pero igual de inconcebible que otras desproporciones inconmensurables. Tampoco os molestéis: Bosón, Higgs o Alfredo. Persisto en la teoría de la ultrainconcebibilidad. Sin embargo a Ray, por ejemplo, lo inscribiría en una corriente modernista rectificada con cierto amejoramiento underground psicorevolucionario. Disculpa mi atrevimiento. Así te ví tres años ante de tu “Rendición”Un sueño, caos. El niño ajeno, la esperanza. Un delirio, la guerra, el drama social, el agente de zona, el gobierno provisional Incertidumbre. Hubiera preferido se llamara Edmundo y no, Julio. Estos son tiempos de rosas. Del color de la rosa de Bengala que Borges, sí, concibió en Aleph. Ya se fueron los claveles urbanos y se marchitaron las pintorescas peonías en Las Paredes. Los berros del arroyo de Las Encinas eran el habitat de las maravillosas pintadas salamandras que capturábamos mi hermano Manolo y yo pensando venderlas en el acuario de Critikian. Juan-René Critikián Rocafort vendía y compraba bichos raros y los exponía en su tienda de Rosales. También se dedicaba a organizar excursiones convencionales por la península (de ahí la flota de autobuses de Juliá Tours que solíamos ver aparcados en Rosales); y, de turismo extrm, por las selvas amazónicas allá por los inconcebibles años setenta.

Como el pánico que nos producía el desgarrador grito inconsolable de aquella “avecita de oro”, de la orihuela o la oriolus-oriolus -como la conocía mi padre que se sabía el nombre científico de una infinidad de especies, porque decía se lo habían enseñado en una asignatura que estudió en su Bachillerato que se llamaba “Rudimentos de Agricultura”. Nos quedábamos perplejos con la cantidad de nombres científicos que recordaba. Mi hermano Juan Luis y Eugenita, durante algún tiempo, continuaron con esa afición-. El grito inmanente era como una indignada protesta salvaje desde la más alta rama del ralo alcornoque que emergía junto al brocal del pozo del camino de la Huerta. Un lógico reproche ante nuestra brutal apropiación del nido eclosionado Y la felicidad que sentimos, por el acto de justicia inmediata que nos llevó a restituirlo, ganando el silencio de la canora.

"Una brumosa noche esconde hermosura. Húmedos muros que anuncian una historia de calles pegajosas por el fango urbano. Lucen, silenciosas, bullicio acromático que ilumina mi ausencia. Agua, frío y luz... La sombra no espera. Fuera: la luna inexistente alumbra todo. Rosa, fuego y aroma... Un onomatopéyico ladrido callejero anuncia un drama de conciencias rigurosamente degeneradas y, culpablemente, silenciadas. Graves instrumentos sin apenas templar. Oro... frío, agua... invaden NUESTRA inocencia.". Acaba de nacer Rodrigo. Estamos a 3 de enero de 1998.


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