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martes, 15 de enero de 2019

LUIS MARIA CAVELLO DE LOS COBOS Y MANCHA






La personalidad de Luis María estaba presidida por (palabra que no me gusta utilizar pero que ahora me veo obligado a hacerlo porque es la idónea para expresar lo que quiero decir) un crisol de características que le identificaban como una persona excepcional. Era persona excepcional y muy importante en sus facetas humana y espiritual que serán éstas, a buen seguro, objeto de tratamiento científico detenido por quienes hayan tenido la oportunidad de conocerle en toda su dimensión y dispongan de más criterio literario que el del que, ahora, le recuerda bajo la nostálgica amargura de no hacerse a la idea de que ya no está entre nosotros. La sensación de ausencia que padezco por la pérdida de Luis María es similar a la que me produjo la muerte de mi padre. Me explico: son personas que sólo cuando se han ido compruebas que ya no los vas a tener. Puede ser una perogrullada lo confieso, pero esto sólo me ha ocurrido con determinadas personas. Poder cambiar impresiones sobre algún tema, consultar temas transcendentales, sondear su criterio respecto de problemas que nos pudiesen acuciar. Porque sus impresiones, su criterios y conocimiento de las cosas te han parecido singularmente importantes. 

Pero, en este momento, sólo voy a sobrevolar sobre su afición a los libros. Esta afición la tenía desde que, el resto de primos y amigos no sabía cómo condurar el poco dinero con que contábamos, empleándolo en diversiones. Luis María lo utilizaba en comprar libros. Con los de la colección Austral, que se desencuadernaban sólo con mirarlos de lejos, eran a los que mayor cuidado dispensaba. 

Tenía pasión por los libros. Cuando leía lo hacía como si su sola lectura pudiera dañar el objeto que le estaba proporcionando la información que precisaba. La complacencia con la que disfrutaba de la lectura aparentaba como si en un diálogo subyacente agradeciera a autor y editor el placer que les estaba dispensando. No sé si pertenecía a la asociación de bibliófilos pero no creo que haya muchos más apasionados que él por los libros y la lectura. Leía con delectación. Se le notaba en la cara de regodeo que ponía instintivamente cuando se dedicaba a estos menesteres. El libro, por sencillo que fuese en su edición, apenas lo abría. Se asomaba al libro con cuidado, como para no molestarlo. De modo que a nadie se le escapará que su biblioteca permanecía con los libros nuevos. 

Si le maravillaba la lectura en libros físicos el advenimiento de las nuevas tecnologías, me consta completaban con fascinación su afición intelectual. Los libros digitales. La posibilidad que le dispensaba Internet para, por ejemplo, desde Chozo-Blanco, desde Valdeloscobos o desde Comillas,  poder entrar en cualquier biblioteca, libro o documento por remoto que fuera. Esto le apasionaba. La necesidad que tenía de saber (en el sentido extenso de la palabra) le llevó a dominar cualquier fuente de información por avanzado y novedoso que este fuera. Con lo cual su avidez por el conocimiento de la historia, el derecho, la naturaleza, la geografía y, sobre todo, la historia sagrada y la teología, era insaciable. Pero lo curioso de todo esto es que siendo eminente en todos los sentidos, no se le notaba. No hacía alarde. No se jactaba de su erudición que era mucha. Conversaba con cualquiera y con plena naturalidad. Con la despreocupada naturalidad de quien ha hecho el conocimiento humanístico eje de su vida.
Luis María con mi hermano Aldo.

1 comentario:

  1. Roquete, se me había olvidado lo que cuentas: que Luis apenas abría los libros para no fastidiarlos.
    En lo que escribes, tan bien, se nota lo que le querías y lo que le admirabas.
    No en vano erais hermanos de leche (aunque pareciera que se la bebió toda él)

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