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jueves, 27 de febrero de 2014

LARRA

Ya me temía lo peor. El otro día por primera vez, "Larra" no salió a mi encuentro en Chozo-Blanco. Parece mentira que un animal te pueda inspirar una sensación de entrega inolvidable como la que nos transmitía "Larra" a mi mujer y mis hijos.

Cuando el coche iniciaba el ascenso del leve repecho de los frutales (o la "arbolea" como dicen los propios), "Larra" ya advertía, la para ella, nuestra inconmesurable presencia y se iba preparando para el recibimiento. Nervios, saltos, brincos, carreritas a un lado y a otro. En el instante en el que el coche enfilaba "las perdices" a la velocidad que fuera, ella se ponía al rebufo como loca. Descompuesta asumía el único protagonismo del recibimiento ante el resto de mastines que también querían aproximarse al coche. "Larra" ya se había preparado y tenía muy claro que ella era la única encargada de darnos escolta de modo que con ladridos, empujones y carreras desenfrenadas disuadía al resto de formar parte de la comitiva. Sólo lo hacía con nosotros...y, efectivamente, lo conseguía se quedaba sola. En su protocolo no cabían otros. Tenía que ser la única que estuviera presente en el momento de bajarnos del coche. Debían ser bastante persuasivos sus argumentos. Luego, después de las interminables y frenéticas muestras de efusivo cariño recíproco se retiraba, otra vez, a la parte de mis primos en la que solía convivir buscando la presencia humana que le era más afable por ser más asidua que la nuestra.

"Larra", te vamos a echar de menos. No quería perros en casa hasta que un día hace once años vino a casa mi hijo Diego con un cachorro recién nacido al que llamamos "Larra".

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