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miércoles, 19 de diciembre de 2012

EL ECLIPSE DE LA HISTORIA



Tuve la oportunidad de conocer personalmente a Jesus Fueyo. Tal vez fue la primera vez en que mi padre me dispensó la consideración de persona adulta y me hizo partícipe de un evento social en el que él iba a intervenir, consistente en una comida en un restaurante próximo a las Cortes (no recuerdo cual). Yo tenía por aquél entonces 18 años y mi padre, más o menos, la edad que yo tengo ahora. También comerían con nosotros Antonio Pedrosa Latas y su hijo Jacobo Pedrosa González de Castejón, compañero de facultad y amigo mío. Antonio Pedrosa era compañero de las Cortes de mi padre. Era Caballero Mutilado de Guerra y debía de tener una devoción especial a Santiago porque los hermanos de mi amigo Jacobo se llamaban, Diego, Santiago y Jaime.



Varias cosas me llamaron la atención de aquella comida. La enorme inteligencia de Jesús Fueyo, su gran simpatía y los pelotazos de whisky con los que alternaba en el aperitivo (lo que para mí era una cosa insólita –no la bebida, sino el momento-... y no es porque yo me moviera en ámbitos abstemios). Para mi otra novedad, que me da algo de vergüenza reconocerlo, pero es cierto, fue que era la primera vez que tomaba un plato de habas, que era lo que pidió la mayoría de los comensales de entrante, consistentes en los granos sólo salteados con jamón, pero sin la vaina como estaba acostumbrado a comer las que preparaba la Seño en casa y que a mi padre le gustaban con delectación. En cualquier caso, constaté que esta formula tampoco le disgustaba. Además de la novedades culinarias y etílicas, aquél día fue para mí de lo más placentero al comprobar lo a gusto que se encontraba mi padre. A parte de la amistad y afinidad ideológica que le unía a aquellos dos personajes; concretamente a Jesús Fueyo le admiraba por su cabeza, preparación jurídica, personal y política. Y no es para menos si nos aproximamos a su obra. Para mi el Eclipse de la Historia trasciende al ámbito jurídico y al político. La ahistoricidad de la existencia del hombre moderno.



Un aspecto curioso que se suscitó en aquella comida fue el comentario, siempre dentro del campo de lo anecdótico y por supuesto en modo alguno en el de lo petulante, de las oposiciones de Jesús al cuerpo de Letrados del Consejo de Estado. Jesús había sido, creo que el número 2 de las oposiciones; el número 3, otro gran amigo de mi padre al que también recuerdo que reconocía su gran valía intelectual, Alonso Olea y el número 1 fue Villar Palasí que creo que entre otras menudencias intelectuales se entretuvo en examinarse en la parte de Idiomas de la oposición, de entre diez lenguas vivas que conocía el “angelito” por aquella época a la perfección. Bueno, una precisión creo que griego hablaba igualmente el moderno que el clásico.

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