A los piojos resucitados, a los quiero y no puedo, a los
elementales, a los envidiosinos, a los provincianos, a los catetos de ciudad, a
los cotillas, a los pobres de espíritu, a los que ocupan poltronas que nos les
corresponden, a lo que sólo ven la paja en el ojo ajeno, a lo que se creen de
la tripa del rey, a las ratas de facebook, a los mojigatos, a los simples, a
los bebedores solitarios, a los insustanciales, a los horteras, a los cobardes,
a los timoratos, a los que en sus soledades se envalentonan, a los que se comen
el mundo entre cuatro paredes, a los incapaces de comportarse en sociedad, a
los acomplejados, a los que ignoran a los demás, a los que tiran la piedra y
esconden la mano, a los que se jactan de las putadas que hacen a los demás, a
los incapaces de hacer el bien, a los cotillas, a los fariseos, a los indignos,
a los impresentables, a lo que se creen algo, a los mamarrachos, a los
capullos, a los pringaos. (Sí, estoy pensando en ti. Pensaba que eras tan torpe
que ni te ibas a enterar de que iba por ti la cosa; creía que no tenías seso ni
para darte por aludido. Nada más que por eso voy a continuar). A los torpes, a
los necios, a los ectoplasmas, a los bachibuzucs, a los piratas de agua dulce,
a los bebe sin sed, a los estiraos, a los que te miran por encima del hombro
desde que ocupan coyunturalmente altos cargos, a los que no sabiendo nada de
nada ni nada de todo, desde esos puestos pontifican como si supieran mucho, pretendiendo
dar lecciones, y, además, ...de toda la vida. A los estómagos agradecidos, a
los pacatos, a los que presumen de fachas y pijos y luego son unos horteras
acojonados. A ti que te sabes acreedor de todas estas cualidades y de mi lógica
indignación; a ti mi ignorancia, mi
indiferencia por tu infinita vacuidad y mi mayor desprecio.
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