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viernes, 28 de diciembre de 2012

HENRY BURNAY





El tatarabuelo de mi mujer, Henry Burnay (Conde de Burnay) debió ser un hombre dotado de una especial capacidad para establecer relaciones comerciales, de grandes condiciones intelectuales y de una enorme capacidad de trabajo y perseverancia. La dimensión internacional de los negocios emprendidos por Henry Burnay en la segunda mitad del siglo XIX es incuestionable; fueron de inusual trascendencia globalizadora para la época, subjetiva y objetivamente considerados. No era frecuente, entre otras razones por la dificultad de las comunicaciones, que a nivel mundial, se arriesgaran bienes patrimoniales en negocios dispersos por varios continentes (Europa, América o Asia). Ni tampoco respecto de objetivos empresariales tan diferentes como los acometidos por Burnay, desde los tabacos, hasta cerámicas o ferrocarriles, pasando por empresas mediáticas como la que editaba “O journal do comercio” que compró en 1881, después de haberse presentado a las elecciones para el Parlamento portugués. Con lo que alcanzado el poder financiero se propuso obtener el político, no sin problemas porque sus adversarios no se resignaron a admitir su elección y la recurrieron con el argumento de que no era portugués había nacido en Bélgica. Coincidiendo con esta época fue cuando, inteligentemente, adquirió uno de los medios de comunicación más importantes de Portugal como era el Jurnal del Comercio al que me refería antes.



Sólo una anécdota nos puede dar idea de la tenacidad de Henry Burnay, dicen que se encontraba trabajando, en su vagón privado durante un viaje de negocios en uno de sus trenes (concretamente la actividad intelectual que se encontraba realizando era la redacción del guión de una obra de teatro que se iba a representar en el espacio escénico del que disponía uno de sus palacios lisboetas, todavía hoy puede verse el teatro al que me refiero en el Palacio de Laranjeira donde se encuentra situado en la actualidad el zoo de Lisboa), se encontraba en esta tesitura cuando de forma inopinada entró en su compartimento un empleado del tren por si se le ofrecía algo sin haber advertido que el Sr. Burnay tenía la ventana abierta lo que provocó que con la corriente se volaran las hojas que estaba escribiendo. Ante esta “calamidad” el empleado descompuesto se deshacía pidiendo disculpas, seguramente, temiendo represalias a su imprudencia:



- Disculpe Sr. Burnay. Estoy desolado ¿que va a hacer ahora después del estropicio que le he causado?.



Dicen que contestó, lacónicamente:



- No se preocupe, lo que haré será simplemente volver a empezar la obra.



Una anécdota similar cuenta Geofrey Parker de Felipe II cuando un criado le derramó involuntariamente un tintero sobre los múltiples billetes que confeccionaba para gestionar la administración de su imperio durante sus agotadoras jornadas de trabajo.








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