En mi despacho, el refulgir del sol a través de las persianas indecorosas (cochambrosas y rotas) ciega mis ojos. Me inhabilita para realizar cómodamente cualquier actividad al ordenador y, a juzgar por las bacterias, virus y demás “bichitos” que parecen albergar aquéllas, me hace temer por la indemnidad de mi salud.
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