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jueves, 12 de enero de 2012

EL BUEN PADRE Y ALICIA



La gestión del interés general es lo más parecido a la administración doméstica con la peculiaridad de que los recursos que se utilizan son ajenos y escasos. La figura jurídica más próxima es la de la gestión de los negocios ajenos dentro de la que se considera la honestidad del gestor como pieza clave de su ejercicio. En su actuación el mandatario “de facto”, ya haya adquirido esta condición mediante encargo expreso o de forma oficiosa, debe emplear la diligencia de un buen padre de familia, anacronismo que podríamos sustituir con el profesor Beltrán de Heredia, por la diligencia normal, corriente o media. 



No confundir el “buen padre de familia” al que se refiere el Código Civil con aquél que hace “mimitos” a Carma. Para el contribuyente de nada sirven mimitos si se lo llevan calentito. Los métodos para llevarselo en nuestro país son multidisciplinares: se lo llevan los aristocratas, los yernos, los de arriba y los de abajo, los entes públicos y los privados. Albañiles o principes. Alcaldes, concejales y funcionarios en general. Pero ese no es el interes general al que me vengo refiriendo, por muy generalizado que esté el rápido enriquecimiento torticero. Además su intervención en la administración lleva aparejada, según nuestro Código Civil, la obligación de indemnizar al dueño de los negocios que gestione, por los perjuicios irrogados por su culpa o negligencia. 



Los “mimitos” de la alianzas de civilizaciones, de los talantes, de las “champions ligues” y de los brotes verdes aderezados por el sin fin de corruptelas van a salirnos muy caros. Si no, a las pruebas me remito. En efecto, el responsable de la administración debe cuidar con escrupulosidad porque su encargo no sólo satisfaga los intereses del comitente sino que, además, se produzca bajo las premisas imprescindibles de eficiencia y eficacia. 



Ahora, debemos conseguir las metas propuestas con el menor costo. Pero es que el barco estaba dañado en toda la línea de flotación. Efectivamente, no sólo era irreconocible el barco de la Nación, como vaticinó Alfonso Guerra que iban a quedar España los socialistas, sino que además se dudaba de su flotabilidad habida cuenta la proximidad del pre-si-pi-sio, en palabras de F. González, o sima aleutiana en la que nos encontrabamos navegando. Quiro decir, que resulta difícil de comprener que hace unos dias se adopatesen por parte de los anteriores administradores una actitud presidida por la sensatez, el “buen rollito”, las explicaciones didácticas y reiterativas del ratoncillo Pérez, aderezadas con la manipulación gesticular de sus manitas que como tiernas mariposillas revoloteaban acerca de las sensatas enseñanzas con que, a menudo, nos regalaba durante la campaña electoral y, en horas venticuatro, se haya convertido en “el ogro” Rubalcaba profiriendo incendiarias proclamas sobre las, a su juicio, falsedades de Rajoy. 



El barco hay que ponerlo en dique seco y todos sabíamos que era lo que había que hacer y los sacrificios que iba a comportar. Sólo, si en este escenario conseguimos alcanzar los objetivos con el menor coste seremos verdaderamente eficientes y eficaces. Hasta aquí podremos haber sido más o menos eficaces porque disparabamos con pólvora del rey pero, desde luego, no hemos sido eficientes por cuanto vivíamos en una burbuja administrativa que el devenir de los acontecimientos económicos, más el control impuesto por el titular de la pólvora de los recursos con que contabamos (Merkozy) se han encargado de desinflar. No sabemos hasta qué grado de dislate habríamos podido llegar en el caso de que hubieramos continuado por la senda de Alicia en el País de las Maravillas. 



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