A mediados del siglo XIX el
Tesoro portugués atravesaba dificultades probablemente similares a las de ahora.
La situación economica del país “irmao” era insostenible.
La crísis se agudizó cuando en
1.879 Inglaterra, que era el bastión financiero que le quedaba, dijo “basta” al
crédito a Portugal. El estado portugués tenía agotadas las posibilidades de
financiarse con crédito extranjero. Las ayudas provenientes de Francia y
Holanda se terminaron.
A esta situación caótica se había
llegado después de atravesar la euforia provocada por las remesas de dinero que
se habían estado recibiendo de los emigrantes portugueses establecidos en
Brasil con anterioridad al año 1.876.
Bajo este escenario, Henry
Burnay, que era accionista del Banco Nacional Ultramarino, que tenía contactos
comerciales importantes con “Deutsche Bank”, “Banque de Paris et des Pais Bas”,
“Dresder Bank”, “Deustche Efecten & Weschel Bank”, “Bank fur Handel &
Industrie”; y que sí gozaba, a título personal, de la confianza de los
banqueros extranjeros consiguió instrumentar un préstamo para el Estado portugués
quien a cambio le concedió la explotación de la Compañía de Tabacos y la
recaudación de los impuestos correspondientes.
Entonces, el rescate económico lo
propició H. Burnay que para muchos fue considerado un salvador y para otros un
aprovechado. A mi juicio las críticas al empresario portugués arreciaron cuando
decidió meterse en política. Cuando ya había alcanzado la cumbre en casi todas
las facetas de la vida. Personales (negocios, empresas constructoras, bancos,
fabricas, industrias), sociales (el Rey Luis I de Protugal le concedión el
titulo de Conde de Burnay), artísticas (tenía fama de ser un gran mecenas
además de disponer de una valiosísima colección de arte); cuando,
inteligentemente para que no le quedara ningún flanco al descubierto, adquirió
la cabecera del Jornal do Comercio en cuya dirección puso a un hermano suyo.
Cuando su ámbito de influencia casi se hallaba al límite, decide, como ha
ocurrido en otras ocasiones y en otros países (como el nuestro), meterse en
política, en la seguridad de que su trayectoria no iba a ser menos próspera y
exitosa que la que había llevado en el resto de los órdenes de la vida.
Bueno, pues, en este preciso
instante es cuando se inician sus quebraderos de cabeza. Después de haber
convenido con el Jefe del Partido Progressista, Luciano de Castro, para presentarse
como candidato diputado por la circunscripción de Tomar y haber resultado
elegido es cuando se desencadena una enconada animadversión a todo cuanto,
Burnay, representa. No sólo desde la óptica política le recriminaron su
ascendncia belga como posible causa de nulidad de su elección parlamentaria
sino también en el aspecto económico-patrimonial puede detectarse cierto
declive, al cuestinarle sus opositores la idoneidad para ser contratista de la Compañía de Tabacos de
Portugal.
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